En la edición anterior compartí que a luz de las escrituras el liderazgo es un don de Dios otorgado a la iglesia para la bendición y bienestar del cuerpo de Cristo. Romanos 12:6-8 NVI dice: “6Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado…8si es el de dirigir, que dirija con esmero”.
Liderar (dirigir) es una “gracia” es decir un don o “carisma”, por eso como cualquier otro don, se manifiesta por voluntad de Dios para bendición del cuerpo de Cristo.
A la luz de lo anterior puede ser que alguno piense “Si no tengo el don de liderazgo entonces: ¿de nada me sirve involucrarme en la acción?”.
Al respecto lo primero que quisiera compartirte es tú necesidad de entender el carácter de Dios. Nuestro Dios es generoso y nos da en abundancia. Efe 3:20 DHH dice: “Y ahora, gloria sea a Dios, que puede hacer muchísimo más de lo que nosotros pedimos o pensamos, gracias a su poder que actúa en nosotros”. Generalmente nuestra mentalidad tiende a la escases. Los escenarios mentales que hacemos respecto de la tarea que debemos llevar adelante y de los recursos con los que contamos para tal efecto proyectan limitaciones e incapacidades. Una cosa que claramente debes entender es que la tarea a la que has sido llamado es espiritual y debe ser desarrollada con recursos espirituales. Y gloria sea dada a Dios que esos recursos son abundantes en ti, más allá de lo que hayas imaginado, deseado o pedido, porque lo entiendas o no ‘su poder está actuando en ti’.
Lo segundo que quisiera compartirte es tú necesidad de entender la naturaleza de los dones. Dios no te entrega un don como un árbol ya grande y frondoso, sino como una semilla. Pretender que tu liderazgo sea efectivo inmediatamente implica un desconocimiento de como Dios obra. Tu liderazgo debes desarrollarlo. Así como lo semilla requiere plantarse, regarse y fertilizarse, así también debes cultivar tu don. Para ello, debes mantenerte en constante crecimiento, cultivando en ti un espíritu enseñable, desarrollando, puliendo y perfeccionando nuevas habilidades que te permitan ser más efectivo en tu ministerio.
En tercer lugar quisiera compartir tu necesidad de ser una persona de decisión. Si piensas en tu corazón ‘sino no tengo el don de liderazgo mejor no me involucro’; estas como el chico que dijo “si no gano entonces no corro” a lo que su padre le respondió “si no corres nunca vas a ganar”. Tu camino a un liderazgo fructífero comienza con tu decisión radical de ‘llegar a ser todo lo que Dios quiere que tú seas’. Quizás sea la decisión más difícil de tu vida porque el enemigo mayor que todos enfrentamos somos nosotros mismos. La lucha principal contigo mismo será decidir si te vas a mantener en el camino de la mediocridad y la autocomplacencia ejerciendo tu liderazgo por la ley del mínimo esfuerzo; o levantarte por sobre tus propias limitaciones y consagrarte con todo tu ser a la tarea que Dios te ha encomendado.
Por último, quiero mostrarte tu necesidad de anhelar el don de liderazgo. 1ª Co 12:31 PDT dice: “Busquen tener los dones del Espíritu que ustedes consideran mejores”. Es alentador notar que aun cuando los dones son otorgados por Dios de manera soberana como él quiere; por su gracia, él también nos deja la puerta abierta de su oficina celestial para que le pidamos los dones que consideremos necesarios. Evidentemente si estamos en la tarea del liderazgo necesitamos el don de liderar, asique te invito a que lo pidas con toda confianza a nuestro buen Dios y lo comiences a ejercitar en fe.
Oro para que el Señor te empodere con su Espíritu. Un fuerte abrazo, en el amor de Cristo… pastor Jonatan G.